De diques secos y hornos de ladrillo: así nació uno de los enclaves navales más legendarios de Andalucía
Introducción: Donde el agua huele a aceite y los ladrillos hablan
Los astilleros de Puerto Real no es un lugar cualquiera. Allí, entre las aguas salobres de la bahía gaditana, se alza un coloso olvidado: los Astilleros de Matagorda. Un lugar donde se cruzan la epopeya de la emigración, el latido industrial y el susurro de una memoria que resiste bajo capas de pintura descascarillada y acero envejecido.
Hoy, en un mundo que convierte en parque temático todo lo que toca, defender el alma de estos espacios es un acto de rebeldía. Este es el testimonio del astillero que levantó barcos y vidas. Un enclave construido por y para la clase obrera. Y que ahora, entre grúas quietas y estructuras herrumbrosas, espera ser contado.
Antonio López: de Comillas a Cuba y de Cuba a Matagorda
Antonio López y López no fue solo un empresario. Fue un arquitecto de imperios comerciales, un hombre que cruzó el Atlántico con las manos vacías y volvió con barcos llenos. Fundador de Antonio López y Cía, se convirtió en una pieza clave en el desarrollo del transporte marítimo militar durante la campaña de África.
En 1859, fija su mirada en Matagorda, un enclave natural privilegiado en Puerto Real. Allí comienza la historia industrial de un astillero que, con el paso del tiempo, sería mucho más que un simple conjunto de naves: sería un ecosistema obrero, un mundo entero de esfuerzo y técnica.

El primer latido: el dique seco de Matagorda
Ingeniería británica para un sueño industrial
El primer gran paso fue la construcción del dique de carena o dique seco. Diseñado por los ingenieros ingleses Bell y Miller, esta estructura permitía elevar barcos para su reparación, sentando las bases del complejo naval.
Este dique fue mucho más que una obra de ingeniería: fue la semilla de una identidad, el punto de partida de una historia de fuego, vapor y metal. Y aún hoy, sus cimientos respiran salitre y resistencia.

El alma obrera del astillero: ladrillo, metal y dignidad
Talleres del norte: estructuras de acero y cristal
A finales del siglo XIX se construyen los talleres al norte del recinto. Son edificios de estructura metálica forjados por la Compañía Terrestre y Marítima de Barcelona. Cerramientos de ladrillo y madera. Cristaleras que filtraban la luz sobre tornos, yunques y manos encallecidas.
Aquellos edificios eran mucho más que funcionales: eran templos del trabajo. En ellos, el acero tomaba forma, la madera se doblaba, y las ideas obreras prendían como chispas sobre virutas calientes.
La capilla, el comedor y la dirección: jerarquía de piedra
La zona sur del complejo albergaba espacios simbólicos: la capilla neorrománica, con piedra blanca de Monóvar y planta de cruz griega. El edificio de dirección, construido con las piedras sobrantes del dique entre 1877 y 1878. Y el comedor, de 1945, un espacio de ladrillo rojo y cubierta curva, donde los obreros compartían pan y quejas.
Estos edificios no eran meros complementos. Eran el reflejo material de una estructura social marcada por la verticalidad. Pero también eran escenarios de resistencia, de organización sindical y de solidaridad entre iguales.

El castillo de Matagorda y la pérdida del fuerte
Antes de ser astillero, Matagorda fue fortaleza. El «castillo», como lo conocían los lugareños, albergaba un fuerte hoy desaparecido. El pasado militar cedió paso a un presente industrial que, sin embargo, nunca olvidó su vocación estratégica.
Hoy, donde antes tronaban los cañones, calla el acero. Pero el eco de esas estructuras perdidas aún puede escucharse si se afina el oído. El hierro tiene memoria. Y no perdona el olvido.
De Navantia al museo: la lucha por la memoria
Rehabilitación y legado didáctico
En los 90, con los Astilleros Españoles ya bajo la marca Navantia, se inicia la rehabilitación. En 1994 se habilita el edificio de la cámara de bombas como museo. Un intento de preservar y transmitir la historia naval andaluza y el papel de Puerto Real en ella.
Un gesto necesario, aunque insuficiente. Porque el riesgo no es solo perder la estructura, sino borrar el relato. Y eso es lo que está en juego.

Conclusión: Defender lo que aún late
Los astilleros de Puerto Real no son ruinas. Son archivos vivos. Respiraderos de una memoria colectiva que no cabe en folletos turísticos ni en discursos de inauguración. Son el testimonio de una Andalucía obrera, técnica, resistente.
Que no nos vendan otra historia: donde hubo barcos, hubo manos. Donde hubo diques, hubo sueños. Y donde hoy algunos solo ven ladrillos viejos, nosotros vemos historia.
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Recursos citados
- Fundación Navantia: https://www.navantia.es/
- Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH): https://www.iaph.es/
- TICCIH España (Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial): https://ticcih.es/