Central hidroeléctrica de El Run: cuando el Pirineo se iluminó

Tabla de contenidos

Introducción

A comienzos del siglo XX, en un rincón escondido del Pirineo aragonés, algo extraordinario ocurrió. Donde antes solo se oía el rumor salvaje del río Ésera, comenzaron a llegar obreros, ingenieros y camiones cargados de acero. Era 1918 y, en pleno paisaje de montaña, nacía la Central hidroeléctrica de El Run: una proeza de la ingeniería que venía a domesticar el agua para convertirla en luz.

No fue solo una obra técnica. Fue un símbolo de progreso. Mientras Europa salía de una guerra y España despertaba a la modernidad, en este valle de Huesca se gestaba una revolución silenciosa: la de la electricidad llegando a pueblos que nunca habían visto brillar una bombilla.

Cientos de personas trabajaron durante años entre nieve, roca y barro. Levantaron canales, túneles, compuertas. Fundaron un poblado, una escuela, una forma de vida. La central no solo iluminó casas: encendió el futuro.

Hoy, más de un siglo después, la Central de El Run sigue siendo mucho más que un conjunto de turbinas. Es memoria, es legado, es historia de cómo el Pirineo se conectó con el mundo gracias a la energía del agua.

Descubre cómo una infraestructura de 1918 se convirtió en una joya del patrimonio energético europeo.

El origen de una ambición eléctrica

Sociedad Catalana de Electricidad y el reto del Ésera

En 1912, cuando aún se hablaba de energía como un lujo reservado a las grandes capitales, la Sociedad Catalana de Electricidad tomó una decisión que marcaría la historia energética del Alto Aragón: aprovechar el potente caudal del río Ésera para generar electricidad en pleno corazón del Pirineo.

La propuesta no era menor. El Ésera, bravo y caprichoso, bajaba desde los glaciares del macizo de la Maladeta, atravesando gargantas, riscos y cañones. Era una fuerza indomable, sí, pero también una promesa de energía limpia, constante y renovable.

La empresa no escatimó en medios. Se trazaron carreteras nuevas para acceder a un terreno hostil, se abrieron canales para encauzar el agua, se construyeron embalses de regulación y, por supuesto, se levantó la imponente central de El Run, verdadero corazón del proyecto. Cada piedra colocada, cada dinamita detonada y cada estructura erigida eran pasos hacia un futuro donde la electricidad saldría de las montañas para alimentar fábricas, talleres y hogares urbanos.

Era una visión moderna, casi futurista, para una zona rural que, hasta entonces, vivía anclada a ritmos antiguos. La decisión fue también un acto de valentía: llevar la industrialización a un territorio sin apenas infraestructuras, con inviernos duros y caminos de tierra, exigía tanto ingeniería como coraje empresarial.

Lo que nació como un proyecto técnico se convirtió, sin saberlo, en una hazaña social y humana. El Run no solo canalizó el Ésera: canalizó el progreso.

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La vida en La Colonia: más que una central, una comunidad

Un poblado construido desde cero

La construcción de la central de El Run no solo exigió obras de ingeniería hidráulica, sino también la creación de algo mucho más profundo: una comunidad humana donde antes solo había monte.

Obreros procedentes de todos los rincones de España —andaluzas curtidas por el calor, gallegos habituados al agua, aragoneses que conocían cada piedra de la montaña— llegaron atraídos por el trabajo y la promesa de una vida mejor. Pero el valle no ofrecía nada más que paisaje, frío y silencio. Era necesario levantar un hogar desde la nada.

Así nació La Colonia, un poblado construido al ritmo del cemento y del corazón. Se erigió la casa del ingeniero, elegante y sobria, símbolo de autoridad técnica. A su alrededor crecieron la iglesia, donde se celebraban bodas, bautizos y misas dominicales; el salón social, punto de encuentro para veladas, partidas de cartas y cine mudo; y una pensión que acogía a solteros y visitantes. Las casas para los trabajadores, modestas pero dignas, se alineaban como si formaran una pequeña aldea autosuficiente.

En poco tiempo, La Colonia pasó de ser un campamento de obras a convertirse en un verdadero microcosmos industrial en el Pirineo: con normas, rutinas, afectos y tensiones. Los niños jugaban junto a las acequias, las mujeres cuidaban del huerto común, y las noches se iluminaban con las mismas lámparas que ellos mismos habían hecho posibles.

La Colonia fue mucho más que un lugar de paso. Fue un experimento social, una isla de modernidad en mitad de la naturaleza salvaje, donde la electricidad no solo fluía por los cables, sino también en la esperanza de quienes la construyeron.

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Arquitectura industrial con aires de templo

El edificio principal de la central

En una época en la que muchas instalaciones industriales eran meras estructuras funcionales, la central de El Run se diseñó con una ambición estética inusual. El edificio principal, más que una simple nave técnica, evoca la solemnidad de un templo. Su arquitectura parece querer transmitir que aquí no solo se genera energía, sino también algo sagrado: el poder de transformar la naturaleza en progreso.

Su planta es rectangular y robusta, coronada por una cubierta a dos aguas revestida con teja cerámica tradicional, perfectamente integrada en el paisaje pirenaico. La fachada principal, construida en mampostería de piedra vista, se alza sobria pero elegante, atravesada por una serie de vanos arqueados que recuerdan a las ventanas de un monasterio románico. Estas aberturas, simétricas y rítmicas, dejan entrar la luz natural con la misma suavidad con la que el agua se desliza por las turbinas.

Las pilastras verticales, que estructuran y refuerzan la fachada, actúan visualmente como contrafuertes, evocando una iglesia rural más que una fábrica. Este paralelismo no es casual: en un entorno remoto como El Run, el edificio se convirtió en el nuevo centro simbólico de la comunidad, tan reverenciado como antes lo fue cualquier ermita.

El interior no desentona: una nave longitudinal de gran altura, sobria y funcional, con paredes revestidas en su parte baja por un zócalo de azulejos vidriados, resistentes a la humedad y fáciles de limpiar. Las molduras sencillas en yeso y los techos altos confieren al espacio una acústica particular, casi reverente, donde el zumbido de los generadores parece un canto grave.

Es un claro ejemplo de arquitectura industrial con intención: sin renunciar a la eficiencia, el edificio se presenta como un lugar de culto al ingenio humano, donde el rito no es religioso, sino eléctrico.

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Una línea de alta tensión pionera en Europa

Tecnología avanzada y conexión histórica

Cuando en 1918 se completó la construcción de la central hidroeléctrica de El Run, no terminó ahí la hazaña. Lo que realmente situó este proyecto en los anales de la historia energética fue su línea de evacuación eléctrica: una infraestructura tan ambiciosa como la propia central, que se convirtió en su día en la más larga y potente de Europa.

Esta línea de alta tensión, que conectaba El Run con centros industriales y urbanos lejanos, era una verdadera proeza tecnológica para su tiempo. Recorriendo más de 100 kilómetros por terreno montañoso, atravesando barrancos y puertos nevados, demostró que la electricidad podía viajar lejos sin perder fuerza. Algo que, hasta entonces, muchos consideraban inviable.

No hablamos solo de un logro técnico, sino de un hito estratégico. Esta conexión permitió llevar energía limpia y abundante desde el Pirineo hasta zonas que empezaban a industrializarse rápidamente, como Barcelona y otras áreas del noreste peninsular. El impacto regional fue profundo: talleres, tranvías, alumbrado público y nuevas fábricas comenzaron a depender de aquella línea invisible que nacía entre montañas.

Durante casi 70 años de funcionamiento (1918–1987), esta infraestructura no solo mantuvo su servicio, sino que se convirtió en símbolo de la electrificación de larga distancia en España, en paralelo con desarrollos similares en Alemania, Francia y Suiza. Fue, en muchos sentidos, un experimento exitoso que anticipó el modelo eléctrico del siglo XX: generación en zonas remotas, distribución masiva y consumo urbano.

Incluso hoy, en la era de las energías renovables y las redes inteligentes, la línea de El Run sigue siendo estudiada como ejemplo de visión a largo plazo. Fue la arteria que dio vida a una red, demostrando que el progreso no siempre nace en la ciudad: a veces, empieza en un valle escondido.

🗂️ Comparativa de líneas eléctricas europeas (1910–1920)

PaísProyectoAñoLongitud (km)Tensión (kV)Observaciones
EspañaEl Run – Barcelona1918~110 km110 kVMás larga y potente en su momento
AlemaniaLauffen – Frankfurt1891175 km (demo)20 kVExperimental, no continuada
FranciaAlps – Lyon1912~90 km60 kVAplicación industrial regional
SuizaGiessbach – Interlaken1914~40 km55 kVUso turístico e industrial limitado

Rehabilitación y memoria: del silencio al Museo

Un legado que sigue iluminando

Durante décadas, la central de El Run rugió con la fuerza del agua y el metal. Pero en 1987, tras casi 70 años de servicio ininterrumpido, las turbinas se detuvieron. El valle volvió a oír el sonido puro del río Ésera, esta vez sin la sinfonía de válvulas ni el zumbido constante de los generadores. El silencio se instaló donde antes hubo energía. Pero no por mucho tiempo.

En años recientes, diversas entidades públicas y privadas han impulsado la restauración progresiva del conjunto hidroeléctrico, reconociendo su enorme valor histórico, arquitectónico y social. Lejos de dejar que el tiempo lo borrara, se optó por una segunda vida: la de la memoria y la divulgación.

Esta recuperación no se ha hecho en solitario. Ha contado con el impulso del cercano Museo de la Electricidad de Seira, institución clave en la conservación del patrimonio energético del Pirineo aragonés. Gracias a esta colaboración, parte de las instalaciones de El Run han sido integradas en rutas interpretativas, exposiciones permanentes y visitas guiadas, que permiten al visitante asomarse a una época en la que llevar la luz a los hogares era una aventura casi épica.

Hoy, la antigua central no genera megavatios, pero sigue generando conocimiento, admiración y orgullo local. Se ha transformado en un espacio cultural y educativo, donde estudiantes, investigadores y viajeros pueden tocar la historia con las manos: recorrer los canales, entrar en la sala de máquinas, admirar planos originales y escuchar testimonios de quienes vivieron allí.

Es también un lugar para la reflexión sobre la transformación del territorio, sobre cómo la energía, la técnica y la comunidad tejieron una red invisible que cambió el Pirineo para siempre. Porque preservar el patrimonio no es mirar al pasado con nostalgia, sino con la conciencia de que algunas luces deben seguir encendidas, aunque ya no necesiten cables.

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Preguntas frecuentes

¿Dónde se encuentra la Central hidroeléctrica de El Run?

Respuesta:
La central está ubicada en el municipio de El Run, en la comarca de la Ribagorza, provincia de Huesca (Aragón). Se sitúa en la cuenca del río Ésera, en pleno entorno natural del Pirineo oscense, a pocos kilómetros de localidades como Seira y Castejón de Sos. El paraje combina ingeniería industrial y paisaje alpino, lo que la convierte en un enclave único para amantes del patrimonio y la naturaleza.

¿Por qué fue tan importante esta central en su época?

Respuesta:
La Central de El Run fue una auténtica pionera de la electrificación en España. Al completarse en 1918, incorporó la que en su momento fue la línea de alta tensión más larga y potente de Europa, capaz de transportar energía desde el Pirineo hasta centros industriales del noreste peninsular. Supuso un gran salto en términos de tecnología, infraestructura y visión energética, situando a España a la vanguardia europea en generación hidroeléctrica.

¿Qué elementos destacan en su arquitectura?

Respuesta:
El edificio principal es una joya de la arquitectura industrial con inspiración monumental. Su planta rectangular y su cubierta a dos aguas están rematadas por una fachada de piedra con vanos de medio punto y pilastras verticales que evocan contrafuertes de iglesias medievales. En el interior, el espacio tipo nave —con zócalos de azulejo y molduras sobrias— crea una atmósfera casi sagrada. A ello se suman las oficinas anexas, talleres y viviendas que conformaban la vida cotidiana de La Colonia.

¿Se puede visitar la central actualmente?

Respuesta:
Sí, aunque no está operativa como instalación eléctrica, parte del conjunto ha sido restaurado y puede visitarse dentro de itinerarios educativos o patrimoniales en colaboración con el Museo de la Electricidad de Seira. Es recomendable consultar horarios y actividades disponibles, especialmente durante épocas turísticas o semanas del patrimonio.

¿Qué relación tiene con el Museo de la Electricidad de Seira?

Respuesta:
El Museo de la Electricidad de Seira es una institución clave en la conservación y difusión del patrimonio energético pirenaico. Colabora activamente en la rehabilitación y divulgación de la Central de El Run mediante exposiciones, visitas guiadas, maquetas y archivo documental. Gracias a esta sinergia, el legado de El Run continúa vivo en las nuevas generaciones.

Conclusión

La Central hidroeléctrica de El Run no fue solo una central: fue una idea atrevida, una comunidad naciente, una frontera tecnológica y un símbolo de transformación. Donde antes corría el río libre y aislado, de pronto hubo luz, trabajo y esperanza. La electricidad no llegó sola: trajo consigo caminos, escuelas, hogares y futuro.

Hoy, con sus turbinas en silencio, El Run sigue hablándonos. Lo hace desde la piedra, desde los azulejos, desde la memoria colectiva que no se apaga. Gracias a la labor del Museo de la Electricidad de Seira y al esfuerzo por recuperar este legado, la historia vuelve a encenderse, no desde una bombilla, sino desde la emoción y el conocimiento.

📌 Visita El Run y revive la epopeya eléctrica que iluminó los Pirineos. Porque algunas luces no se apagan: se transforman en historia.

Enlaces relacionados

Seira power plant – https://seirapowerplant.blogspot.com/2021/08/la-central-hidroelectrica-de-seira.html

La razón.es – https://www.larazon.es/sociedad/un-recorrido-por-la-historia-de-la-energia-de-espana-CA17718749/