Fundición Averly: historia y legado del patrimonio industrial de Zaragoza

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Descubre la historia de la Fundición Averly, un emblema de la industrialización aragonesa y el esfuerzo por preservar su legado frente a la amenaza del olvido.

Introducción: Donde el hierro tenía nombre propio

En el corazón de Zaragoza, donde el hormigón moderno intenta cubrir las huellas del pasado, aún resiste—malherida pero digna—la Fundición Averly. Fundada en 1855 por Antonio Averly, ingeniero venido de Lyon con más ideas que dinero, este templo fabril se convirtió en uno de los motores de la industrialización aragonesa.

Aquí no solo se moldeó hierro: se moldearon vidas, generaciones enteras de obreros que cincelaron el progreso con sus manos. Hoy, ese legado se tambalea entre el óxido y la especulación, mientras quienes no entienden la memoria pretenden convertir esta catedral obrera en una urbanización sin alma.

Averly, el ingeniero y la ciudad que se forjaba

El inicio: industria y ambición en pleno siglo XIX

Antonio Averly llegó a Zaragoza durante el Bienio Progresista, ese breve paréntesis de apertura que permitió a capitales extranjeros sembrar industria en tierra fértil. Con formación técnica de Lyon, Averly trajo consigo tecnología punta y un modelo de fundición moderno. En 1855, fundó la fábrica que llevaría su nombre, y que pronto se convertiría en referencia obligada en todo el valle del Ebro.

La empresa se convirtió rápidamente en la principal suministradora de maquinaria para la pujante industria harinera. Era la época de la Zaragoza cerealista, y Averly respondió a la demanda con soluciones técnicas precisas, eficaces y adaptadas a la escala local.

Fundición Averly Puerta
Ajzh2074, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Del centro al Campo del Sepulcro

La primera sede, en la calle San Miguel, pronto quedó limitada. En 1880, la fábrica se trasladó a un solar más amplio en el Campo del Sepulcro. Allí se levantó el conjunto que ha llegado hasta nuestros días: una fundición que era al mismo tiempo centro de producción, residencia, archivo técnico y corazón urbano.

Se construyó con lógica fabril pero sin renunciar a cierta elegancia: ladrillo visto, cubiertas de cerchas metálicas, amplios ventanales que permitían el paso de la luz sobre las máquinas. Averly no levantó solo una fábrica: edificó una visión.

Más allá del engranaje: arte y técnica en la fundición

De la harina al bronce: la versatilidad de Averly

Aunque nació para alimentar la maquinaria de la economía harinera, la Fundición Averly pronto diversificó su producción. Comenzó a fabricar todo tipo de equipamientos industriales: válvulas, piezas para presas, grúas, puentes, elementos ferroviarios. Pero lo que la distinguió fue su apuesta por la fundición artística.

Bancas, verjas, farolas y esculturas. Averly dotó de identidad metálica al paisaje urbano de Zaragoza. Varias de sus piezas aún decoran plazas y jardines. Como si cada rincón de la ciudad llevara impreso su sello de hierro.

Fue premiada en exposiciones nacionales e internacionales. Obtuvo medallas por su diseño y su técnica. No era solo una fábrica: era un taller de prestigio europeo. Y eso dejó una huella.

Arquitectura obrera: entre la eficiencia y la dignidad

Ladrillo, cristal y memoria

El conjunto industrial de Averly es un caso excepcional por su estado de conservación y su unidad arquitectónica. Está compuesto por más de una decena de edificios funcionales: talleres de fundición, de modelos, de maquinaria, almacenes, oficinas y la residencia familiar.

Todo edificado con materiales modestos pero sólidos. Ladrillo caravista, estructuras de acero y techumbres ligeras. El resultado es un espacio que respira racionalidad y trabajo. Un conjunto donde cada edificio cumple su función sin renunciar a la armonía visual del todo.

Averly no era una factoría desalmada. Era una pequeña ciudad obrera, organizada como una máquina de precisión. En sus patios resonaba el martillo, pero también la voz del ingeniero, el canto del aprendiz, la conversación del operario viejo que enseñaba al joven.

Un espacio vivo, hoy en peligro

Esta complejidad arquitectónica y funcional hace de Averly un ejemplo único de patrimonio industrial urbano. Pero hoy, sus naves están cerradas, sus ventanales rotos, sus vigas oxidadas. Lo que fue un modelo de eficiencia y belleza fabril ha sido condenado al abandono planificado.

El valor patrimonial no reside solo en sus muros, sino en lo que representan. Y si caen, no caerán por sí solos. Caerán por la voluntad de quienes no ven más allá del precio del metro cuadrado.

Fundición Averly Taller
Fundición Averly Taller – Patina

Abandono planificado: del rugido al silencio

De patrimonio vivo a ruina deseada

La marca Averly aún existe en lo comercial, pero la fábrica ya no produce. Desde principios del siglo XXI, las instalaciones dejaron de utilizarse. El silencio reemplazó al estruendo de la fundición. La falta de mantenimiento y la desidia administrativa han hecho el resto.

Se trata de una muerte lenta. Una desaparición por abandono, legitimada por una legalidad ciega al valor histórico. En lugar de proteger, las instituciones facilitaron la venta del solar a intereses inmobiliarios. En lugar de restaurar, se permitió que el tiempo hiciera su trabajo destructivo.

Y así, ladrillo a ladrillo, Averly fue cayendo. No por obsolescencia, sino por cálculo. Porque para algunos, la memoria pesa. Y molesta.

Salvemos Averly: cuando la ciudadanía planta cara

La lucha por el alma de Zaragoza

Frente a ese olvido, surgió la dignidad. La plataforma «Salvemos Averly» reúne ciudadanos, arquitectos, historiadores, obreros jubilados y activistas que entienden lo que está en juego. Exigen la protección integral del conjunto y su conversión en espacio público de memoria y cultura.

Han propuesto alternativas. Han documentado. Han resistido en los tribunales. Han hecho lo que las instituciones no hicieron: defender el patrimonio colectivo. Porque Averly no es solo una ruina hermosa. Es una pregunta incómoda: ¿qué ciudad queremos?

Gracias a esta presión, parte del conjunto ha sido declarado Bien de Interés Cultural. Pero sigue habiendo riesgo. Y sigue habiendo negocio detrás. La lucha no ha terminado.

Fundición Averly Taller 2
Fundición Averly Taller – Patina

Averly como espejo: ¿qué ciudad queremos?

Patrimonio no es mercancía

Averly no es nostalgia. Es política. Es memoria. Es estructura social. Su destrucción implicaría reconocer que el pasado obrero puede ser demolido sin consecuencias. Que las catedrales del trabajo no merecen respeto.

Si Averly cae, otras seguirán. Como fichas de dominó. Talleres, molinos, estaciones, astilleros, fundiciones. ¿Qué quedará entonces de nuestra historia productiva? ¿Una placa en un centro comercial?

Necesitamos otra mirada. Una que vea en el ladrillo viejo algo más que escombros. Que entienda el valor simbólico, educativo, urbanístico de un lugar como Averly. Que escuche lo que dicen sus muros antes de que los tapen con cemento.

Conclusión: Que el óxido no se convierta en olvido

La Fundición Averly no es ruina: es resistencia. No es pasado muerto, sino memoria viva. Es un archivo de acero y hollín, de esfuerzo humano y belleza técnica. Es, en definitiva, un testimonio que no podemos permitirnos perder.

Salvar Averly es salvar algo más que unos muros. Es salvar una parte del alma de Zaragoza. Y si callamos, seremos cómplices de su demolición.


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