Real Fábrica de Artillería: el corazón fundido del poder militar español

Tabla de contenidos

Desde los hornos de Juan Morel hasta su abandono institucional, este coloso sevillano de ladrillo y pólvora conserva cicatrices de cinco siglos de historia militar e industrial.

Donde el ladrillo olía a pólvora

La Real Fábrica de Artillería de Sevilla no se cuenta, se recorre con la piel erizada. Porque no es un edificio. Es un arsenal de memorias fundidas, una catedral secular donde se moldearon los cañones que empujaron los mapas del Imperio español. Aquí, entre reverberaciones de metal y ladrillo, nació la modernidad bélica de un país obsesionado con su poderío.

Aunque su fundación oficial data de 1565, el germen se plantó mucho antes, en 1525, cuando Juan Morel, maestro fundidor, convirtió un taller de pólvora en el germen de una fábrica de guerra. A golpe de martillo, Morel compró solares y extendió sus dominios hasta que Felipe II, el Rey del Orden, lo dotó de materiales y respaldo real. Así comenzó esta historia, como casi todas las historias industriales: por necesidad y ambición, a costa de callos y silencio.

De Morel al Estado: el hierro como política

En 1634, la fábrica dejó de ser empresa privada para convertirse en propiedad del Estado. Ya no era solo producción, era estrategia. España necesitaba alimentar su maquinaria bélica, y Sevilla era el lugar perfecto: puerto, fundiciones cercanas y tradición artesana.

Los años de gloria llegaron con fuerza entre 1757 y 1759, cuando se acometieron grandes reformas para modernizar el recinto. Pero fue Vicente de San Martín, en 1782, quien dejó su firma más visible: una arquitectura barroca, monumental, fuerte como un bastión. Porque una fábrica de cañones no se puede permitir el lujo de parecer frágil.

Monumentalidad que impresiona y resiste

Hoy, la fachada de la Real Fábrica aún impone respeto. De ladrillo visto, su portada principal se articula en dos cuerpos. El inferior presenta un arco de medio punto, flanqueado por pilastras toscanas, puro lenguaje del poder. El superior se eleva como una espadaña industrial, con un frontón recto partido coronado por dos grandes pináculos que parecen gritar: Aquí se hacía historia a fuego lento.

Cada ladrillo cuenta una batalla. Cada forja es un eco. Este lugar no es una fábrica, es un archivo mineral del poder español.

De la gloria al abandono: el crimen silencioso

La Real Fábrica cerró su producción en 1991, tras integrarse en el Instituto Nacional de Industria. Una decisión tan fría como el metal mal templado. ¿Y después? El clásico destino de casi todo el patrimonio industrial español: almacén municipal. Como si las paredes que forjaron la defensa de un imperio sirvieran ahora para guardar sillas plegables y mesas de plástico.

Declarada Bien de Interés Cultural en 2001, la fábrica sobrevive más por inercia que por voluntad política. Porque si algo molesta a la modernidad es el recuerdo incómodo de una industria que no era decorativa, sino vital. Una industria donde el arte y la técnica fundían la guerra.

Más que ladrillos: una memoria militante

Recorrer la Real Fábrica hoy es hacer una arqueología del músculo del Estado. Es palpar la herencia de generaciones de fundidores, arquitectos y soldados. Es entrar en un templo civil, donde no se rezaba a dioses sino al cálculo, al fuego y al plomo.

Pero también es presenciar el abandono. Ver cómo se convierte en “espacio disponible” lo que fue columna vertebral del país. Como escribió Pasolini: “Destruir el pasado real para construir un presente falso es el crimen cultural más refinado.”

Enlaces externos recomendados

Real Fabrica De Artilleria Ii
Real Fábrica De Artillería – Sevilla